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Mensaje por Kaoru Mar Jun 11, 2013 3:23 am

<< ¿Cómo es que terminé yo aquí? >> Se preguntó el vampiro al dar el último paso hacia la puerta de aquella sagrada edificación. << La ociosidad tal vez >> Le contestó una vocecilla interna y él sonrió.

—Sí, puede ser —murmuró muy suave, solo para si.
Eran alrededor de las siete de la noche cuando decidió salir de su habitación; había pasado todo el día metido ahí, era algo que no pasaba con frecuencia, ya que, siempre había algún motivo que le incitara a salir, pero en esta ocasión eso no había sucedido sino hasta esa hora del día. Pasó el tiempo leyendo desde que se había levantado y si se detenía a analizarlo, lo más probable es que aquellos libros fueran los que le hayan provocado el abandonar sus aposentos.

Había encontrado varios libros entre las pertenencias que se le habían acumulado a lo largo de los años; no sabía cómo llegaron ahí, pero entre aquella pereza de hacer nada: decidió hojear un poco. Todos hablaban prácticamente de lo mismo: un salvador, la muerte, el perdón y la gente que comete actos impíos, pero que si se arrepiente, Dios le dá su perdón y un lugar en el <<cielo>>

No era la primera vez que Kaoru se topaba con aquel tema, pero si la primera en la que prestaba un extra de atención, al grado de toparse con —digamos— el lado oscuro de aquella secta justificada que era la iglesia católica o cualquier otra. La santa inquisición era el nombre de aquello que había llamado su atención y al adentrarse un poco más en el tema, se encontró con algo repugnante: los castigos, penitencias, la constante excusa de usar a Dios para genocidios; todo eso le hizo sentirse asqueado de las mismas personas. Abandonó cualquier clase de lectura con referencia eso; no quería indagar más sobre un tema tan desagradable y además, comenzaba a sentirse algo aburrido de todo; por ello, se aseó un poco y buscó algo cómodo para vestir antes de salir un rato. Se había ataviado con una camisa negra de vestir y la remangó hasta sus codos, además, la dejó abierta de los primeros tres botones dejando así expuesta aquella cadena de plata que pendía de su cuello, y además, la llevaría desfajada sobre unos pantalones de vestir y unos lustrosos zapatos, matizados ambos del mismo tono que la primera prenda.

Alzó en el bolsillo de su camisa una cajetilla completa de cigarrillos y la del pantalón: un mechero dorado. El ambiente de las calles a esa hora era más de su agrado; todo estaba muy tranquilo, sin tanta gente yendo y viniendo por todos lados y el escándalo de los coches corriendo de un lado a otro. A esa hora había pocas personas, el clima era fresco y las calles apenas iluminadas por los faros nocturnos, se le antojaban para pasar un buen rato caminando sin rumbo fijo, únicamente con la intención de matar el tiempo. Al avanzar al menos seis calles, extrajo un cigarrillo de la cajetilla y lo encendió enseguida para anidarlo en sus labios mientras continuaba con su caminata, divagando mentalmente sobre aquello que había leído y jugando con aquel mechero: arrojándolo y atrapándolo de nuevo en su mano.

Las remembranzas de aquellos textos habían sido, probablemente, el motivo de que su paso le llevara inconsciente hacia las enormes puertas de una edificación religiosa y ahora que estaba delante de las puertas era que se cuestionaba internamente el qué hacía ahí y el si debía o quería entrar. Eso era algo que no había considerado hasta ese momento y es que, de verdad que en toda su existencia, no había puesto un pie en un lugar semejante; pero ahí estaba él, alzando su mechero de nuevo, deshaciéndose , estirando su brazo para empujar una de las puertas y dando paso tras paso para adentrarse al lugar.

<<¿Curiosidad?—pensaba— Morbo ¿Quizá? ¿Qué es lo que esperas encontrar en este lugar? >>

Sus orbes se deslizaron, siguiendo el camino de una alfombra ostentosa que guiaba hasta el altar principal, donde —como si de una respuesta a sus interrogantes se tratase— estaba una delgada figura arrodillada. No fue necesario más que el acercarse un par de sigilosos pasos para darse cuenta que aquella silueta era de una mujer. Su nariz no tardó en atrapar el aroma que despedía y tentada a este, su lengua se asomó a relamer sus labios, buscando el gusto de aquella sangre virgen que olisqueaba y que lograba despertar ese deseo por alimentarse. Comenzó a arrastrar sus pasos, haciendo andanza más furtiva, deslizándose entre la sombre que generaba la poca luz de los cirios y aprovechando el ensimismamiento de la joven en su oración, abordó sigiloso por la espalda. Una de sus manos le privó de la vista y la otra asió las muñecas de la joven, sometiéndole las manos tras la espalda.
Un grito estalló en el silencio sepulcral del lugar y Kaoru sonrió para si al percibir aquel delicado aroma más de cerca y con su paso, le empujó a la mesa adornada por aquel pulcro mantel.

—Beldad inocente que buscas el perdón de Dios… —susurró con cierta socarronería y se encargó de girar a la joven, dejándola frente así; su mano sometió ambas ajenas por encima de la cabeza y la otra tuvo que separase de sus ojos ante el movimiento, pero le dio de inmediato una nueva tarea: enganchó sus dedos al recatado escote del vestido de la joven y tiró con fuerza de este, rasgando las finas sedas, hasta dejar descubiertos los redondos pechos de la joven.

—¿De qué se puede arrepentir alguien tan puro? —Se relamió los labios y pegó su rostro a uno de los senos, del cual aspiró profundamente, deleitándose con aquel perfume de la carne caliente y antes de que aquella joven pudiera soltar un alarido más o siguiera remolineando bajo su cuerpo; hundió sus colmillos sobre la carne de su pecho. Su lengua comenzó a degustar aquel caliente y desbordante líquido que le inundaba la boca y succionó con cierta desesperación, provocando que el carmín líquido se deslizara por la comisura de sus labios.

El cuerpo de la joven pronto dejaba de moverse y ya no le era necesario sostenerle las manos y antes de que el último suspiro de vida saliera de los labios ajenos, se alejó, sacando sus colmillos de la carne y miró jadeante como el pecho de la muchacha subía y bajaba pausadamente; tomó una de las manos de ella y la llevó a las comisuras de sus labios, donde con los dedos ajenos limpió el vestigio de sangre que corría por sus labios; lamió aquellos dedos y elevó la mirada hacia la cruz que coronaba el altar. Observó aquel rostro, esculpido en un gesto de dolor y sonrió ante este antes de murmurar:

—No es muy diferente a como lo hacían en tu nombre ¿O sí? —Se relamió los labios y sacó sus cigarrillos; acercó la cajetilla a sus labios y atrapó con ellos el filtro de uno de los pitillos; lo deslizó fuera de la caja mientras su otra mano se encargaba de extraer el mechero que usó posteriormente para encender su cigarrillo; le dio una profunda calada y cuando dio un paso para girar sobre su propio eje, disponiéndose a salir de ahí, sus ojos atisbaron una figura en la entrada de aquella edificación.

<<¿Desde qué momento estaría mirando?>> Se preguntó internamente y movió de una comisura a otra aquel cigarrillo.

—¿Tú también vienes por el perdón de Dios? —cuestionó lo suficientemente alto y curveó la comisura de sus labios antes de estirar una de sus manos y mover el índice de esta en una seña para incitar a aquella figura a acercarse—. Anda, ven… yo te daré algo mejor que ese perdón divino… —habló suave y dejó que el humo acumulado de aquel cigarrillo saliera lentamente de entre sus labios, mientras se quedaba expectante de la aceptación o el rechazo de aquella persona hacia su invitación.
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Mensaje por Manabu Sáb Jun 15, 2013 4:46 am

Dudas.
Justo esa era la razón de que escogiera visitar ese lugar precisamente aquel día. Tras algunos años ya; tomando el seminario que le preparaba para convertirse en sacerdote, repentinamente tomó la decisión de dejarlo, en medio de su educación las dudas se habían sembrado en su mente y alma, por lo que no continuaría más con aquella idea de ser cura, no cuando ya no estaba seguro de querer serlo. Cerca del anochecer de ese día, había acordado tener una plática con el sacerdote de la catedral, una persona a la que estimaba mucho, por lo que se arreglo acorde a la ocasión.
Se vistió con una camisa y pantalón negro, ambos de vestir, llevando la camisa completamente abrochada, dejando el cuello de la camisa ceñido a la figura del propio, así como fajándose aquella penda, añadió al modesto conjunto unos zapatos negros lustrosos, y un abrigo negro que le llegaba arriba de la rodilla, salió de su casa un poco antes de la llegada del anochecer, y en cuestión de una media hora, quizá más, ya se encontraba frente a aquel imponente edificio, le dio la vuelta al mismo, entrando por la parte trasera hacia un lugar donde, pequeñas habitaciones permitían a los sacerdotes prepararse antes de dar una misa.
Breve; es la palabra perfecta para describir aquella reunión, el sacerdote al que visitaba solo tenía un poco de tiempo y, bueno, él no tenía mucho que decir, no estaba del todo seguro de si expresar sus dudas sería bueno o no.
Unos minutos fueron suficientes para, finalmente, hallarse frente a la puerta que, a falta de mejor palabra, él denominaba como un “despacho”, toco un par de veces antes de ser invitado a pasar, y tras ello, ya se encontraba adentrándose en la habitación. Los minutos pasaron rápidos mientras la charla sobre su futuro tenía lugar, el sacerdote buscaba erradicar las dudas de su ser, mas se cuidaba de no insinuar una obligación, de no influir en la decisión de Manabu, pues, es bien sabido que quien se deja llevar por las influencias externas, termina renunciando luego. Pasaron en ese lugar alrededor de media hora, tal vez un poco más, eso hasta que el padre, quien tenía un asunto importante que atender, tuvo que retirarse. Aquello para Manabu, no había significado otra cosa más que una pérdida de tiempo, ya que para él, las dudas eran algo que le tocaba resolver solo, sin que nadie intentara convencerlo de nada, tarde o temprano encontraría lo que buscaba, y terminaría en el camino que estuviese forjado para él.
Se despidió cordialmente de aquel hombre, y se quedó un rato vagando por el lugar, no tenía ganas de entrar a la catedral, no sentía interés por ver esas imágenes a las que, de tanto mirarlas, ya se había acostumbrado. Eso hasta que… en una de las tantas vueltas que ya había dado al lugar, al pasar muy cerca de las puertas del mismo, escucho un sonido muy peculiar; un grito. En principio creyó que era su imaginación haciéndole una mala broma, pero luego, se dio cuenta de lo sencillo que era corroborar si eso había sido real o no.
“Quizá solo estoy buscando un pretexto para entrar…”
Y si así era, pues ya lo había encontrado. Sus ojos alcanzaron a observar las puertas entreabiertas del recinto, sus pies le dirigieron en lentos y cortos pasos hasta la entrada, entonces… sin pensarlo, se vio repentinamente atravesando aquel umbral… Su mirada se encontró con algo que su cerebro no pudo procesar a tiempo, la imagen de una muchacha siendo atacada por alguien; cuyo descaro era enorme pues no parecía importarle estar en una iglesia.
El torso de la joven, fue expuesto para la vista del atacante, sin embargo, Manabu no se movió ni un poco, ni para huir del lugar, ni para intentar detener lo que ocurría, sus ojos observaron la imagen con cierto horror, y mucho desprecio hacia aquel ser que se atrevía a “manchar” un lugar tan puro, con acciones sumamente deplorables. Y él… él no podía reaccionar, sus pensamientos le decían que debía avanzar, hacer algo, pero no lograba conectar pensamientos y acciones, la señal a sus piernas no llegaba, se mantenía petrificado en la entrada de la edificación, con esa sensación de temor recorriéndole todo el cuerpo.
Tragó saliva pesadamente y justo en ese momento, pudo ver el rostro ajeno cerca del cuerpo de la mujer, hundiendo su rostro en uno de sus senos, y en el tiempo en el que se mantuvo en ese lugar, poco a poco la respiración y los movimientos de la chica se fueron… apagando. No podía verse a sí mismo, pero estaba seguro de que la extrañeza y la confusión se dejaban ver en su rostro, en ese preciso instante se preguntaba cuál era la razón de que no pudiese moverse… ¿era miedo? ¿Miedo de qué podría tener? Sus pensamientos se vieron interrumpidos al escuchar que el contrario decía algo; palabras que no había alcanzado a entender, entonces nuevamente pasó saliva, y llevó la mirada al suelo, sabiendo que aunque era tarde, debía reaccionar de algún modo, y sobre todo, debía recobrar la compostura… pero… ¿cómo podía hacerlo? Acababa de presenciar el asesinato de una persona y las dudas… las dudas no le habían dejado reaccionar como era debido.
“Estupidez… eso debe ser.”
Se dijo a sí mismo, antes de inhalar profundamente y exhalar del mismo modo, buscando recuperar su tranquilidad, muy a pesar de lo que había visto debía mantenerse sereno y frio, como lo había sido toda su vida… sí, era precisamente por eso que no continuaba con esa loca idea de ser un sacerdote, porque la gente no le importaba. Mentalizarse le llevó unos cuantos minutos de inhalaciones y exhalaciones…
Justo regresaba su mirada al frente cuando aquella voz, ahora mucho más clara, volvió a romper el silencio que reinaba en la atmosfera, dirigiendo sus palabras hacia él. Guardó ambas manos en los bolsillos de su pantalón, y trató de no mostrar emoción alguna, tanto por las palabras como las señas del contrario. Dando la impresión de que atendía al llamado del índice ajeno, caminó tranquilamente por el extenso pasillo —aunque por dentro estuviese hecho todo un manojo de nervios—, acercándose con lentitud hacia donde el contrario se hallaba, sin embargo, al llegar a su lado no se detuvo, siguió de largo para llegar hasta el lugar donde se encontraba el cuerpo de la joven, esto procurando no cruzar mirada con la de aquel hombre. Observó ese bello rostro marcado por el miedo, levantó una de sus manos y, acercó su índice y medio al cuello de  la chica, buscando con ellos el pulso de la mujer, pero ya no lo había.
—¿Por qué le importa si la gente viene o no por el perdón de Dios? ¿Quién es usted para decir que puede otorgar algo… mejor que eso? —cuestionó con un tono bajo y frio, mientras tanto, dejó que su mirada vagara por la piel nívea de la joven; no tardaría en terminar de enfriarse… su meticulosa vista encontró las marcas de aquellos dientes que se habían clavado con fuerza en su cuerpo, penetrando la piel… justo en ese instante, se imaginó lo que aquel caballero podía ser, sin embargo, le pasó lo mismo que cuando presenció tal acto, no podía creerlo, no cuando pensaba que todo eran habladurías, cuentos falsos de la gente para asustarse entre ellos. Con la mano que deseosa de encontrar un pulso; lo había buscado, se encargó de tomar un poco de las rasgadas vestiduras, para con ello, cubrir un poco el cuerpo de la chica, no queriendo dejarle expuesta de tan penosa manera—. Si no siente agrado por la religión, simplemente no venga, nadie lo obliga, y bien puede dar sus espectáculos en otro lado —agregó en tono susurrante antes de soltar un prolongado suspiro, procurando fijar sus ojos en cualquier lado menos en la mirada ajena, por algún motivo, tenía la impresión de que no podría con la mirada de un asesino.
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Mensaje por Kaoru Lun Jun 24, 2013 2:21 am

Una figura bella sin dudas fue la que logró atisbar cuando aquélla empezó a caminar hacia donde Kaoru estaba; el cabello castaño, ligeramente ondulado, la piel inmaculada, albina por naturaleza, el rosado de los labios, esa mirada que se mostraba renuente a la suya; el tranquilo caminar del otro y esa seriedad con la que se esmeraba ocultar algo que el vampiro ya había percibido mucho antes de que diera el primer paso: miedo.

No se le escapaba nada, podía olerlo, casi gustarlo sobre su lengua; la sangre del contrario fluía premura y si se concentraba, fácilmente podía escuchar el golpeteo de su corazón buscando tranquilizarla. Sonrió y dio una calada más a su cigarrillo al mismo tiempo que agachaba la cabeza, dejando que la ceniza cayera aun ígnea al suelo y que el otro le pasara por un lado. No se molestó en atenderle rápidamente, por el contrario, aspiró de aquel pitillo y exhaló el humo un par de veces más antes de alzar las manos en sus bolsillos y dar un paso hacia atrás al mismo tiempo que giraba un poco para volverse a encontrar con el castaño.

Le miraba fijamente y su semblante detonaba una seriedad inquebrantable, o al menos eso parecía, ya que, con el avanzar de las palabras del muchacho, no tardó en turbar su faz con una sardónica sonrisa. Sacó su diestra del bolsillo y con ayuda de su índice y pulgar, retiró el cigarrillo de entre sus labios, dándole una última calada.

—No dije que me importara si la gente viene o no por el perdón de Dios—expulsó con calma el humo restante de aquel cigarrillo; estiró la mano que sostenía el ya mencionado y apagó este sobre la tierna carne de la joven que fue su víctima—.  He preguntado si tú has venido a eso, muchacho; pero el que me hayas respondido esa pregunta con otra, me hace pensar que realmente ni siquiera sabes si estas en este lugar por eso… — mencionó con calma y dejó su cigarrillo olvidado sobre aquella mujer. Los dedos de aquella mano ahora libre, se posaron en su frente y los deslizó hacia atrás, arrastrando sus largos cabellos para posteriormente, regresarla al refugio de su bolsillo.

—Ahora —dijo retomando sus palabras—, hay muchas cosas que son mejores que el perdón de Dios—aseguró y emprendió un calmado paso alrededor de la mesa de aquel altar; su objetivo era rodear aquella mesa y al muchacho, por ello, cuando hubo extinguido la distancia entre ambos, en lugar de detenerse al lado de éste, le rodeó pasando  tranquilamente a sus espaldas—. Esta la satisfacción del pecado por ejemplo — murmuraba y antes de rodear las espaldas del joven, se inclinó hacia este por un breve momento, valiéndose de sus rápidas habilidades de inmortal para acercarse a su oído y añadir—: O la curiosidad por lo prohibido, que es lo que a ti te ha traído hasta aquí. —Sonrió para si, y continuó su paso hasta retomar su lugar en primera instancia.

Sus se entornaron de nuevo hacia el rostro del contrario.

—Oh, pero la casa de Dios está abierta para todo aquel que desee entrar en ella ¿No es así como dicen los creyentes? —Ladeó su rostro, mostrando de nuevo en este una expresión seria y distante—. Y bueno, al final mi <<espectáculo>> atrajo tu atención, ¿no es así? —cuestionó divertido y antes de que el otro siquiera lo predijera, volvió a hacer uso de sus dotes vampíricos para posicionarse a espaldas del joven. Sus brazos se estiraron a los costados de los ajenos y comenzó a empujarse, haciéndole ceder poco a poco hacia adelante, empinándole sobre la muchacha.

—¿O es que has venido tú a echarme en su nombre? —susurró cerca de uno de los oídos y aunque se empujaba poco a poco contra el otro, procuró que el contacto fuera mínimo—. Yo podría preguntarte algo parecido a lo que me has cuestionado tú. —Finalmente, su mentón se posó sobre uno de los hombros ajenos y continuó—: ¿Quién eres tú para venir a decirme que me vaya? —Giró un poco su rostro, hundiendo su nariz en aquellos pardos cabellos y atrapó el sutil aroma de estos con suave inhalar—. ¿Curiosidad? —musitó —. ¿Por qué si tienes tanto miedo, vienes a hacerme frente? —Aspiró con avidez sobre los cabellos ajenos y asió la diestra del muchacho con la propia; su palma envolvía el dorso de la ajena y la guío por el cuerpo de la joven, retirando aquella tela que sus ropas que había usado el castaño para cubrirla.

—El humano es pecador por excelencia —murmuró y deslizó la mano del contrario por entre los pechos de la muchacha—, y después vienen a pedir el perdón de Dios como si nada; rezan, se confiesan, se arrepienten…, obtienen el perdón y al día siguiente vuelven a pecar… —Humedeció sus labios y dirigió la mano ajena hacia uno de los pechos de la mujer, justamente, ese donde había enterrado sus colmillos—. El perdón de Dios ya no vale, ya no es tan inestimable como antes, donde las personas debían sudar sangre con tal de, quizá ya no ganar una entrada al paraíso divino, sino al menos recibir una sepultura en tierra sagrada… —Su mano oprimió la del joven, obligándole a apretar el seno de la mujer—. Es por eso, que yo puedo asegurar darte algo que nadie recibe tan fácilmente como el perdón divino…

Su mano suelta se deslizó entre la mesa del altar y el cuerpo de su interlocutor en busca de posar sus dedos sobre la hombría del muchacho, con la única intención de estimular esta con roces insistentes y certeros que le garantizaran una pronta erección.

—Y bueno, si después sigues creyendo que el perdón de Dios es mejor— murmuró pegando sus labios a la mejilla del muchacho y le apretó el órgano medio erecto por encima de las ropas—, siempre puedes venir después a arrepentirte y a orar y lo obtendrás ¿no es así? —Rio escueto y agachó su rostro hacia el cuello ajeno donde comenzó a probar la tibia carne  dejando besos en abundancia mientras su mano continuaba estimulando la entrepierna del castaño.
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Mensaje por Manabu Sáb Feb 14, 2015 9:23 am

Escuché sus palabras con atención, sin embargo, ante sus primeras oraciones tuve que «controlarme» para no sobre reaccionar. El hecho de que yo tenía dudas y pasaba por un momento de indecisión, me hacía ponerme a la defensiva, no obstante, eso solo le daría armas al contrario para molestarme.  Me estremecí al escucharle hablar tan de repente demasiado cerca de mí, por instinto giré la cabeza y miré a mis espaldas, empero, no había nadie allí, al menos no tan cerca como le había sentido y escuchado.

Estuve tentado a refutar sus palabras, a contradecir esas deducciones que él hacía, según yo, sin pensar. Traté de mantenerme inexpresivo y sereno, pero todo eso se fue al infierno cuando le sentí detrás de mí nuevamente, esta vez obligándome a inclinarme sobre aquel cadáver. Todo lo que decía tan solo me causaba más temor y al mismo tiempo me hacía sentir enojado, fuera quien fuera, esa prepotencia que emanaba de él como una especie de vapor venenoso, resultaba toxico para quienes estaban cerca de él; para mí que me encontraba tan próximo a su cuerpo.

Cuando sentí que tomaba mi mano, intenté tirar de ella con toda la fuerza que pude pero me fue imposible soltarla de entre la suya, no me gustaba la dirección que estaba tomando. Tenía una mueca de total desagrado en mi rostro mientras sentía la piel del seno de la mujer, no podía creer que ni siquiera tuviera cierto grado de respeto por los muertos, él que parecía ir repartiendo muerte y desgracia a donde quiera que fuese. Empecé a forcejear, escuchaba su forma de hablar y hasta nauseas experimentaba con cada acción y cada frase.

Me asusté terriblemente, casi al punto de perder la compostura, cuando aquella mano libre empezó a manosear mi entrepierna, eso no podía ser posible, no había abandonado el seminario para ir y tener una primera experiencia sexual de esa manera. Ni siquiera había pensado en ello, no encajaba al cien por ciento en ese lugar porque no veía al sexo como algo repugnante o pecaminoso, sin embargo, eso no significaba que no creyera en ideas como el amor o un acto especial y cariñoso que derivaba en la unión de dos cuerpos.

Hasta el momento, e incluso con sus movimientos de por medio, no había hecho ni siquiera un pequeño sonido, con mucho esfuerzo; uno que incluso me había hecho sudar, logré aguantar y tragarme cada «nota» que mi garganta hubiese amenazado con dejar escapar. Aspiré profundamente sintiéndome asqueado por la manera en la que me tocaba y, por sobre todo, por mí mismo; por esas reacciones de mi cuerpo que no podía evitar. Me sentí terrible al percibir la dureza de mi miembro que, poco a poco, se iba haciendo más notoria. No quería dejarme llevar, no podía caer en esas provocaciones, todo lo que podía hacer era reprimirme tanto como me fuera posible, no quería tener que soportar el sentirme decepcionado de mí mismo. Y mucho menos deseaba experimentar placer al ser tocado de esa forma por un completo desconocido, uno que además era un sádico, un hombre que solo representaba muerte.

Suélteme. —Fue lo primero que pude decir, con dificultad y con la voz notablemente temblorosa, pero ya no me importaba, todo lo que quería era hablar y atacar esas palabras que tanto me habían molestado, cuyo propósito solo era una burla de lo más desagradable—. Yo no vine a echarlo, nunca dije que se fuera, solo dije que no tenía que estar aquí si no quería… Todo lo que usted dice representa su forma de pensar, eso no quiere decir que los demás compartan sus opiniones. —Hice una pausa y tragué saliva de manera pesada, notando como mi voz se quebraba cada tanto y me hacía sonar inseguro—. Lo que usted considera mejor no es lo mismo que para los demás. Todo lo que puedo hacer es pedirle respeto, tiene razón, no soy quien para echarlo de aquí, sin embargo, puedo pedirle que no insulte un lugar que es sagrado para otros solo porque los demás no están de acuerdo con usted.

No pude más y solté un prolongado suspiro que terminó convirtiéndose en un jadeo, entonces llevé mi mano libre a tomar la suya en mi entrepierna y tiré de ella, sabía que mi fuerza no podía compararse con la suya pero no podía soportar la idea de no intentarlo y simplemente quedarme allí «aguantando».

Tampoco dije que estuviera aquí por el perdón de Dios, y no recuerdo haber intentado darle lecciones sobre si el perdón es lo mejor que hay; lo que también significa que… que quizá no lo crea, así que deje sus discursos para alguien a quien le importen —pronuncié ya bastante cabreado, empezando a removerme casi con violencia entre sus brazos, me empujaba adelante y atrás, tiraba de mis manos de igual modo, movía todo lo que pudiera mover para ver si eso lo fastidiaba lo suficiente para soltarme—. Oh… solo… ¡Deténgase! —grité exasperado.

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